Acá va un artículo firmado por Reynaldo Sietecase, publicado en la sección Contratapa del diario Crítica, el 20 de noviembre de 2008.
Lo incluyo entre el material dicáctico porque plantea una temática recurrente en mis clases y, curiosamente, casi en los mismos términos. Dejo aquí, entonces, una inquietud de muchos que, en definitiva, nos afecta a todos, más allá de qué lado del mostrador nos encontremos.
Los dueños de los medios
A mí me gustaría que los dueños de los medios fuesen Carlotto, Gieco y Juan Carr. Pero no, son Telefónica, Clarín, el Grupo Uno, el mexicano Remigio Ángel González y Daniel Hadad. Por R. Sietecase.
A mí me gustaría que los dueños de los medios de comunicación fuesen Estela Carlotto, León Gieco y Juan Carr. Pero no, son Telefónica, Clarín, el Grupo Uno, el mexicano Remigio Ángel González y Daniel Hadad. Por nombrar a los jugadores más destacados del mercado. Los que tienen medios electrónicos –sobre todo tele– y mayor audiencia. Como en todo el mundo occidental se trata de empresarios con intereses económicos y políticos. Sus empresas tienen como objetivo obtener ganancias. En eso se parecen a otras empresas. Y como ellas, se venden, se dividen, se fusionan o desaparecen.
Se diferencian de otras empresas por su función social. Los medios de comunicación tienen a su cargo un servicio público y, por consiguiente, deben estar sometidos a la regulación del Estado. Los gobiernos deben establecer las reglas para que ese control no implique condicionamientos del poder político que afecten el derecho a la información. Aunque esta idea es de manual no es tan fácil de alcanzar. Los intereses en juego son muy grandes.
El caso argentino es notable. Si bien la sociedad repudia a la dictadura, la ley que rige la actividad de los medios fue diseñada por los militares. Desde 1983 se promete una nueva reglamentación: los proyectos –casi medio centenar– duermen en el Congreso y las modificaciones parciales no apuntaron nunca a favorecer la aparición de más medios y más voces sino a consolidar el actual esquema comunicacional. En este aspecto el gobierno kirchnerista repitió la historia de sus antecesores. No tocó nada. Prorrogó licencias para los privados. Y transformó la publicidad oficial en un sistema de premios y castigos.
Cuando les conté a algunos amigos que, a partir de la venta de la radio donde trabajo, iba a escribir sobre este tema, trataron de interceder: “Te vas a ganar un quilombo”. La advertencia es inadmisible. En realidad más que analizar el mapa de medios, sobre el que sólo pueden influir los legisladores, mi interés es abrir la discusión sobre cuál es el rol de los periodistas dentro de un medio de comunicación gestionado por una empresa privada.
Como sujetos del derecho a la información, los ciudadanos deben exigirles a los medios independencia del poder político. Pero además, que los intereses económicos de las empresas, no interfieran en los productos periodísticos. ¿Cómo? Con el arma más poderosa que tiene un consumidor de información: la decisión de consumir productos creíbles y descartar los otros.
¿Y qué pasa con los periodistas? Toda organización periodística es piramidal. En esa estructura hay un nivel que se llama de “edición”. Son los periodistas que deciden qué se cuenta y cómo se cuenta. Son los que elaboran la “agenda periodística”. En un medio electrónico esa facultad le corresponde en general al conductor del programa. El compromiso de los trabajadores de prensa es evitar que la agenda periodística se vea “contaminada” o alterada por los intereses económicos o políticos de los dueños del medio. Si el temario, los contenidos o la lista de entrevistados pasan por la decisión del gerente y no del periodista, el derecho a la información queda vulnerado. Hay un tema tabú: la propia empresa. En general los periodistas no hablamos mal de la empresa que nos contrata –nos rajarían de inmediato–, pero tampoco estamos obligados a hablar bien de ella.
La necesaria fidelidad laboral tiene un límite y ese límite es el propio compromiso que todo periodista debe tener con la verdad.
Se trata de una tarea tan compleja como necesaria. Incluso puede convertirse en una pulseada de todos los días. Una pelea para la que hay que estar preparados y convencidos. Muchas veces, su éxito es proporcional a la historia y trayectoria del periodista. No son iguales las posibilidades de un productor recién ingresado a un medio que las de un periodista con veinte años de visibilidad.
Los propietarios que entiendan que el gran capital de un medio de comunicación es la credibilidad, aceptarán esta dinámica con menor resistencia que aquellos que no estén convencidos de los beneficios de construir un medio veraz e independiente.
Igual no hay excusas. Cada uno sabe. Siempre queda la posibilidad de dar un paso al costado. La obediencia debida es repudiable en todos los casos, no sólo en el ámbito militar. Hay una frase de Albert Camus que, si bien puede aplicarse a cualquier aspecto de la vida, es ideal para los periodistas: “El primer acto de libertad es decir no frente a lo inaceptable”. Se puede decir que no. Se debe decir que no frente a lo inaceptable. Claro que en la Argentina son muchos los que prefieren vivir mejor y dicen sí con entusiasmo. Ésa es la cuestión.